viernes, 3 de agosto de 2012

# 1

     Recuerdo los tiempos en los que podía disfrutar de un buen plato de comida, cuando aquella desafortunada maldición aun no había irrumpido en mi vida disfrazada hábilmente de regalo divino, ahora se que aquel regalo venía de mucho más abajo. Llegó escondido tras la máscara de lo inofensivo, un libro, un inocente libro abandonado en mitad de un callejón que yo tuve el infortunio de atravesar aquella gélida noche, de haberme quedado en casa nunca me habría topado con él y ahora podría disfrutar de una buena cena, sin embargo lo encontré, lo cogí y lo llevé a casa movido por una curiosidad irracional que me obligaba a descubrir lo que sus páginas escondían. Obedecí sin pensar mis deseos infantiles y ahora la comida se vuelve ceniza en mi boca. 

    Me resulta irritante hablar tanto de mi persona, de hecho no soy yo el protagonista de esta historia, no obstante para comprenderla antes tienes que saber algunas cosas. Al llegar a casa aquella noche me sentía ansioso por descubrir el contenido de un libro como aquel, el cuero marrón que lo cubría parecía de muy alta calidad y los bordes bañados en oro de la portada le daban un aspecto clásico y elegante difícil de pasar por alto. No existía título alguno, tanto la cubierta como el lomo se encontraban completamente limpios, sin rastro de palabra, un detalle que no hacía sino agrandar el misterio de aquel ejemplar. La primera página no decepcionó, un breve texto con una prosa exquisita y una elegante letra explicaba en apenas un par de párrafos la utilidad del libro. Escribir el futuro, esa era la función de aquel tomo, la única condición que se establecía era que sería el propio libro el que escribiría el final de aquel futuro, además de esta pequeña introducción la página contenía 10 normas sobre su utilización. Conforme avance la historia iré desvelando todas y cada una de las normas.

     No perdí ni un sólo segundo en pasar de página, como novela de ficción aquel ejemplar se me antojaba una valiente obra de arte, un desafío al arte comercial que había invadido la literatura desde hacía algún tiempo, como solía decirme mi padre, "el dinero es el mayor asesino del arte". Todas mis expectativas se derrumbaron al pasar de página, no descubrí más que una hoja en blanco, tras aquella brillante introducción el libro no volvió a dejar ver una letra entre sus páginas,. Un universo virgen, con eso me encontré.

     He de aclarar que la idea de que aquel libro funcionase del modo que explicaba su introducción me rondó la cabeza, por un momento dejé volar la imaginación y soñé con todo lo que podría conseguir, sin embargo hasta nuevo aviso las hadas no existían y no iba a ser yo quien cayese en la trampa de algún bromista con mucho tiempo libre. Mi orgullo me impedía escribir en aquel libro y durante unos instantes esa fue mi postura... Una vez más la curiosidad ganó la batalla y escribí en la primera página del libro algo sencillo, algo que no dejase lugar a dudas sobre su poder, suponiendo que lo tuviera. 
"La vecina de enfrente tocará a mi puerta y me entregará un fajo de dinero"
Nada más acabar de escribir aquello fue apareciendo, letra tras letra, un pequeño texto que complementaba al mio, "tras entregarme el fajo me golpeará en la cara". Aquella visión me dejó inmóvil, las palabras aparecían como por arte de magia en la hoja, como escritas por una pluma invisible. Segundos después el timbre sonó, no es necesario un cociente intelectual privilegiado para deducir quien se encontraba al otro lado de la puerta, mi vieja vecina me saludó con un afectuoso abrazo a la vez que me decía que tenía algo para mi, el olor a alcohol había inundado todo el lugar y era muy evidente que la vieja señora había estado empinando el codo no hace mucho, me entregó un montón de billetes unidos con una cinta elástica y se despidió sin darme tiempo a reaccionar, antes de doblar la esquina del fondo del pasillo volvió a gritar mi nombre junto a unas palabras indescifrables y me lanzó una lata de refresco con una fuerza descomunal para su edad, yo no pude más que recibir el golpe de la lata en el rostro y ver como la señora desaparecía a lo lejos corriendo como si de una niña traviesa se tratara. Este es el momento exacto en el que comenzó mi maldición.

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